domingo, 11 de enero de 2015

Cuando quieres que alguien se quede.

Cuando era más pequeña, -tendría unos dieciséis años-, fue la primera vez que ''me rompieron el corazón'', por así decirlo. 
En ese entonces sentía que de verdad se había roto, y que nada volvería a ser lo mismo, y en parte era verdad. Todos sabemos que cuando nos pasa eso por primera vez, el mundo deja de ser igual. Y luego lo superamos, y seguimos, y seguramente somos felices independientemente del pasado que llevemos atrás, aunque esté ahí.
Pues recuerdo, que en esa época, cuando yo sentía que nada más tenía sentido y que jamás volvería a encontrar a nadie que me hiciera sentir lo mismo que me había hecho sentir esa persona que se acababa de ir, leí una historia.
Por casualidad, en una de esas tardes que pasas enteras, tú solo y una pantalla, con una manta y bastantes cosas que comer, pues una de esas tardes divagando por internet, yo encontré una historia, tan breve y triste a la vez que mi exagerado corazón sintió que fue marcado con un antes y un después. 
La historia hablaba sobre líneas. 
Las líneas paralelas, por ejemplo. Tienen mucho en común. Son dos líneas, en teoría exactamente iguales, que vienen del mismo lugar y se dirigen juntas hacia el mismo destino, pero están completamente separadas, y nunca, nunca, se van a encontrar, porque si se encontrasen, dejarían de ser lo que eran; dos líneas paralelas. 
Pero pensemos que, bueno, que renuncian a ser dos líneas que tienen mucho en común y nunca se van a cruzar, y hagamos que se crucen, vale.
Se han cruzado una vez, pero ahora son líneas que han tomado rumbos distintos, y ni vienen ni van al mismo lugar, y ya no tienen nada en común.
Por no contar el hecho obvio de que nunca más van a volver a cruzarse, ni a caminar juntas aunque separadas.
Pues esta historia es aplicable a nosotros, a nuestros amores imposibles, a esos amigos que hacemos una noche y jamás volvemos a ver, a esas personas que conocemos de vacaciones, en ese caso, ellos son líneas que iban en otra dirección y se han cruzado con nosotros.
Pero, ¿y en el caso de las líneas paralelas? 
Yo siempre las interpreté como una de esas personas que ves ahí, de pie, hermosas, lejanas y deslumbrantes, esas personas que miras a los ojos y sientes que tenéis demasiado en común como para no tratarse de una broma. Sientes que es una broma su mera existencia y su presencia ante ti, que tal vez es demasiado perfecto y debe tener algún error.
Y bueno, lo tiene. 
Y es que esa persona es una línea paralela a ti, pero no te das cuenta hasta que dices: ''tengo que intentar llegar hasta ella''.
Y, si consigues llegar, si la luz no te deja ciego, logras rozarla con la punta de los dedos, y sientes las terribles ganas de poder hacer eso a diario, entonces, te conviertes en una línea cruzada.
Ahí es cuando te das cuenta de que era una línea paralela a ti, miras atrás pensando en cómo no te has podido dar cuenta antes de semejante verdad y sabes que ni su rumbo ni el tuyo es ya el mismo, pero que tienes que seguir adelante y cruzarte con muchas más líneas aún, y seguramente, tarde o temprano, alguna de esas líneas sea paralela a ti, pero esté tan, tan cerca, que nunca necesitarás cruzarte con ella para echarla de menos. 
Bueno, pues ya han pasado casi cuatro años desde que leí esa historia por primera vez, y hoy tengo que recordarla otra vez y convencerme a mi misma de que a veces, hacer un sacrificio y cambiar un poco tu camino para cruzarte con otra línea que jamás volverás a ver, hace daño, -mucho daño- pero vale la pena -mucho, también-.


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